«Ahora vemos por espejo, oscuramente; pero entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte, pero entonces conoceré como fui conocido». (1 Corintios 13: 12)
El Dr. Norbert Hugedé, era profesor de Griego y Exégesis del Nuevo Testamento en el Seminario Adventista de Collonges (Francia). En su tesis doctoral, La parábola del espejo en los escritos de Pablo, establece la coincidencia puramente formal entre el mito de La caverna, uno de los diálogos de La república de Platón, y la parábola del espejo en este pasaje. El apóstol Pablo habla de las excelencias del amor sobre cualquier otro don del Espíritu, de su continuidad en la eternidad y de su desarrollo y plenitud cuando dejemos de conocer parcialmente, cuando nuestra comprensión del amor deje de ser defectuosa, como un enigma reflejado en un espejo, cuando venga lo que es perfecto y podamos ver cara a cara.
En el mito de La caverna, Platón dice que el hombre se encuentra encadenado en una caverna, sin otra luz que la que puede entrar parcialmente por la boca de la cueva. Sobre la pared, se proyectan las sombras de unos porteadores que llevan sobre sí cargas, las realidades materiales, tangibles y visibles de este mundo. El conocimiento que puede tener el hombre dentro de la caverna del mundo que le rodea, de los otros, de sí mismo, incluso de Dios, es limitado, parcial, imperfecto, enigmático. Para tener la visión clara y un conocimiento pleno de la realidad, el hombre debe salir de la caverna y ver el mundo de las ideas cara a cara, y esto únicamente lo puede conseguir por medio de la sabiduría. La ignorancia es el Mal y la sabiduría es el Bien, afirma Platón.
Pablo no refrenda, por supuesto, la teoría redentora de Platón, conocida sin duda por sus interlocutores, pero hace uso de la ilustración, tal vez como un recurso de contextualización. El hombre, en su condición sin Cristo y sin la revelación, tiene aquí y ahora una percepción limitada y, a veces, defectuosa del bien y del mal, no puede fiarse de sus sentidos, ni de su entendimiento oscurecido, entenebrecido por el pecado, necesita que el Espíritu Santo alumbre su vida, esclarezca su entendimiento, rompa sus cadenas y lo saque a la luz para que vea: «Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciera la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo» (2 Corintios 4: 6). Y así, un día, podrá completar el plan divino de verlo cara a cara.
Deja que hoy brille en tu vida la luz divina.