A sus ángeles mandará acerca de ti, que te guarden en todos tu caminos. (Salmos 91:12).
La noticia hizo temblar el frágil cuerpo de María. La policía había arrestado a un sospechoso
de violación. La noche anterior, María había ido a su iglesia y había salido más
tarde de lo habitual. Mientras regresaba a casa por las oscuras calles, sentía que
miles de ojos la miraban y oía pasos que la seguían. Entonces decidió cantar,
pues el canto le hacía sentirse bien. La entrecortada voz de María se perdía a
veces en un suspiro o en una oración: «Señor, por favor, envía a tu ángel
para que me acompañe». Cada paso que daba era un desafío para su fe.
Pero cuando dobló la última esquina, aumentó la intensidad de sus oraciones,
así como la de los latidos de su corazón. Allí, junto a la columna, había un
hombre acechando bajo la penumbra.
María apretó la Biblia contra su pecho y aceleró el paso sin mirar atrás.
Por fin llegó a su casa y, de rodillas ante su cama, agradeció a Dios por
su cuidado. Al día siguiente leyó en la prensa la triste noticia de la violación
de una joven en el mismo lugar donde había visto a aquel hombre misterioso.
Según el periódico, la víctima estaba tan destrozada que no había podido
hacer declaraciones, así que María fue a la policía y ofreció su ayuda para
identificar al sospechoso. Aunque sus ojos no se habían detenido mucho
tiempo sobre aquel rostro, se le había quedado bien grabado en la
memoria, así que le resultó fácil identificarlo. Tras ser interrogado, el
hombre confesó, y la policía, a petición de María, le preguntó por qué no
había escogido como víctima a una joven que había pasado por
allí apenas unos minutos antes. El delincuente confesó que no lo había
hecho porque iba acompañada de un hombre muy fuerte.
La promesa de que tu ángel permanecerá a tu lado y te librará seguirá
vigente hasta que cruces las puertas de la ciudad de Dios. La mano
de tu ángel amigo te protegerá del lazo del cazador que acecha tu vida.