DE TODO CORAZÓN - Meditaciones para la vida

martes, 27 de octubre de 2015
Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores (Mateo 6:12).


Durante la Segunda Guerra Mundial, en Holanda, la familia Ten Boom escondió en su casa a judíos que trataban de escapar del régimen nazi. Cuando fueron descubiertos, Corrie Ten Boom y su hermana Betsie fueron llevadas al campo de concentración de mujeres de Ravensbrück, al norte de Alemania, en el que 92,000 mujeres perdieron la vida durante la guerra.
Al cabo de un tiempo en el campo, Betsi murió. A causa de un error administrativo, Corrie fue liberada una semana antes de que todas las mujeres de su edad fueran ejecutadas.
Después de la guerra, Corrie empezó a viajar por el mundo contando la historia de su familia y lo que ella y Betsie habían visto en el campo de concentración.

Una noche, después que hubo hablado, reconoció a un hombre que se adelantaba hacia el estrado para hablar con ella. Había sido uno de los guardias del campo de concentración.
El hombre dijo: «Señora Ten Boom, en su discurso ha mencionado Ravensbrück. Yo fui uno de los guardias de ese campo. Pero después me convertí. Sé que Dios me ha perdonado por todas las crueldades que cometí». Y extendiendo la mano, añadió: «¿Me perdona?». Posteriormente, Corrie escribió: «Aquella mano solo estuvo extendida durante unos segundos; pero a mí me parecieron horas, mientras me debatía en el combate más difícil que jamás haya librado. Porque tenía que hacerlo, lo sabía. La promesa de que Dios nos perdona tiene una condición previa: que perdonemos a los que nos han causado algún mal. "Si no perdonáis a los hombres sus ofensas", dijo Jesús, "tampoco vuestro Padre celestial os perdonará vuestras ofensas".

Y así, inexpresiva, mecánicamente, estreché la mano que me tendía. Al hacerlo ocurrió una cosa increíble... Un calor sanador recorrió todo mi ser y mis ojos se llenaron de lágrimas. "Lo perdono, hermano", dije entre sollozos. "De todo corazón". Durante un largo rato, quienes habíamos sido guardia y prisionera, mantuvimos las manos estrechadas. Jamás había conocido el amor de Dios tan intensamente como en aquella ocasión».

¿Quiere usted experimentar ese calor sanador? Perdonémonos «unos a otros, como Dios también [nos] perdonó a [nosotros] en Cristo» (Efe. 4: 32). (Basado en Mateo 5-.43,44)

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