Perdónanos nuestras
deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores (Mateo 6:12).
Durante
la Segunda Guerra Mundial, en Holanda, la familia Ten Boom escondió en su casa
a judíos que trataban de escapar del régimen nazi. Cuando fueron descubiertos,
Corrie Ten Boom y su hermana Betsie fueron llevadas al campo de concentración
de mujeres de Ravensbrück, al norte de Alemania, en el que 92,000 mujeres
perdieron la vida durante la guerra.
Al
cabo de un tiempo en el campo, Betsi murió. A causa de un error administrativo,
Corrie fue liberada una semana antes de que todas las mujeres de su edad fueran
ejecutadas.
Después
de la guerra, Corrie empezó a viajar por el mundo contando la historia de su
familia y lo que ella y Betsie habían visto en el campo de concentración.
Una
noche, después que hubo hablado, reconoció a un hombre que se adelantaba hacia
el estrado para hablar con ella. Había sido uno de los guardias del campo de
concentración.
El
hombre dijo: «Señora Ten Boom, en su discurso ha mencionado Ravensbrück. Yo fui
uno de los guardias de ese campo. Pero después me convertí. Sé que Dios me ha
perdonado por todas las crueldades que cometí». Y extendiendo la mano, añadió:
«¿Me perdona?». Posteriormente, Corrie escribió: «Aquella mano solo estuvo
extendida durante unos segundos; pero a mí me parecieron horas, mientras me
debatía en el combate más difícil que jamás haya librado. Porque tenía que
hacerlo, lo sabía. La promesa de que Dios nos perdona tiene una condición
previa: que perdonemos a los que nos han causado algún mal. "Si no
perdonáis a los hombres sus ofensas", dijo Jesús, "tampoco vuestro
Padre celestial os perdonará vuestras ofensas".
Y
así, inexpresiva, mecánicamente, estreché la mano que me tendía. Al hacerlo
ocurrió una cosa increíble... Un calor sanador recorrió todo mi ser y mis ojos
se llenaron de lágrimas. "Lo perdono, hermano", dije entre sollozos.
"De todo corazón". Durante un largo rato, quienes habíamos sido
guardia y prisionera, mantuvimos las manos estrechadas. Jamás había conocido el
amor de Dios tan intensamente como en aquella ocasión».
¿Quiere
usted experimentar ese calor sanador? Perdonémonos «unos a otros, como Dios
también [nos] perdonó a [nosotros] en Cristo» (Efe. 4: 32). (Basado en Mateo
5-.43,44)