La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el
mundo la da. No
se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo. Juan 14:27.
Anochece. Siempre anochece. El sol puede brillar en todo
su esplendor,
pero eso no signifi ca que el día será eterno. En este
mundo, la noche
llega más tarde o más temprano. Las sombras vienen y, con
ellas, muchas
veces, vienen también las inseguridades y los miedos. Es
la ley de la vida: hay
día, pero también hay noche.
Aquella noche, sin embargo, en la vida de Casiano, era la
más terrible.
Su hogar había sido destruido por una insensatez suya. El
peso de la culpa
lo abrumaba; golpeaba su cabeza como un martillo. Lo
atormentaba, y lo
crucifi caba en el madero de sus errores. Cómo hubiese
querido volver a ser
niño, despreocupado con la vida, ajeno a los problemas de
los adultos. Un
niño cansado de correr por los campos verdes de su
tierra, que dormía en
paz cuando la noche llegaba.
¿Paz? ¡Hace mucho tiempo ignoraba lo que era paz! Pero,
¡cómo son las
ironías de la vida! Acababa de regresar de una misión de
paz, en un país ex-
tranjero. Él, buscando paz para los demás cuando, en lo
recóndito de su ser,
no sabía lo que era eso.
Hundido en su mundo de dolor y remordimiento, una noche
se detuvo
en un programa de televisión. Allí se hablaba del
maravilloso amor de
Jesucristo. No le prestó atención, al principio. Pero, a
medida que el pensamiento
del presentador avanzaba, despertó su interés.
El hombre de traje oscuro y voz suave, hablaba de paz. No
se refería a una
paz pasajera, humana. No hablaba de un acuerdo de
concordia entre seres
humanos; hablaba de un sentimiento de quietud y bonanza
que se apodera
del corazón, a pesar de las circunstancias terribles que
la vida presenta.
Casiano anheló esa paz para él. Con asombro, veía
describir la historia de
su vida; sus encuentros y desencuentros; sus noches de
amargura, sin poder
dormir.
Repentinamente los ojos del presentador se fi jaron en los
suyos. “¿Adón-
de irás”, le preguntó, “si no vienes a Jesús?” Casiano no
lo pensó dos veces. Se
aproximó a la televisión, y cayó arrodillado, entregando
el corazón a Jesús.
Ya pasaron más de veinte años desde aquel día. Hoy,
Casiano sabe, por
experiencia propia, lo que Jesús quiso decir al anunciar:
“La paz os dejo, mi
paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se
turbe vuestro
corazón, ni tenga miedo”.