Hoy más que ayer, pero menos que mañana
«Y el Señor os haga crecer y
abundar en amor unos para con otros y para con todos, como también lo hacemos
nosotros para con vosotros». (1 Tesalonicenses 3: 12)
El hombre fue creado a la imagen de Dios, sin ningún estigma de
mal, mancha o propensión al pecado, fue dotado con la capacidad de
desarrollarse y crecer; es decir, Dios creó al hombre perfectible, al contrario
de los animales que no pueden cambiar sus instintos atávicos. Dice Elena White:
«“Creó Dios al hombre a su imagen”, con el propósito de que, cuanto más
viviera, más plenamente revelara esa imagen, más plenamente reflejara la gloria
del Creador. Todas sus facultades eran susceptibles de desarrollo; su capacidad
y vigor debían aumentar continuamente» (La educación, pág. 15).
Después
del pecado, el hombre perdió de manera progresiva el reflejo de la perfección
divina que tenía cuando salió de las manos del Creador; hoy, aunque todavía
guardamos vestigios muy débiles de aquella perfección original, la imagen de
Dios se encuentra profundamente alterada, empobrecida y desfigurada por las
fatales consecuencias del pecado. Los hombres, por nosotros mismos somos
incapaces de alcanzar el ideal divino del Edén: «El ideal que Dios tiene para
sus hijos está por encima del alcance del más elevado pensamiento humano. El
blanco a alcanzar es la piedad, la semejanza a Dios» (ibíd.
pág. 17). Pero en todo ese proceso de degradación causado por el imperio del
mal, no hemos perdido la perfectibilidad. De la misma manera que conservarnos
la individualidad, la facultad de pensar y hacer, el libre albedrío y, por
consiguiente, la responsabilidad moral y espiritual, seguimos teniendo la
capacidad de progresar y mejorar. Incluso en la eternidad seguiremos creciendo:
«Y en el cielo mejoraremos continuamente» (Mensajes para los jóvenes, pág. 70).
La perfectibilidad es usada por el Espíritu Santo en su obra con
nosotros y es el fundamento de todo crecimiento moral y espiritual. Con respecto
al amor conyugal, algunos dejan grabado en medallas el aforismo: «Hoy más que
ayer pero menos que mañana», pues bien, lo mismo podemos afirmar del incremento
del amor entre los hermanos y la santidad, como expresa Pablo en el versículo
de hoy sobre el desarrollo en la fe, el aumento en el conocimiento de Dios, de
la progresión en la obra del Señor. Por la misma razón podemos también hablar
del crecimiento en la perfección, sabiendo que este es un camino progresivo que
culminará en la semejanza con Jesús, cuando él venga (l Juan 3: 2).
No olvides que este camino es arduo; pero, al final, es el más
seguro.