No habrá más llanto, ni clamor, ni dolor
“Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá más muerte, ni habrá más llanto ni clamor ni dolor, porque las primeras cosas ya pasaron” (Apocalipsis 21:4).
Una serie de expresiones paralelas, solemnes y enfáticas caracterizan los anuncios proféticos del Apocalipsis en relación con los tiempos finales y la tierra nueva: “El tiempo no sería más” (10:6); “Babilonia, la gran ciudad, y nunca más será hallada” (18:21); “ya no habrá más muerte” (21:4); “Sus puertas nunca serán cerradas de día, pues allí no habrá noche” (21:25); “Y no habrá más maldición” (22:3). Es evidente que todas aquellas causas trágicas del temor, la angustia o el miedo, cesarán y desaparecerán definitivamente cuando Dios conduzca la historia de este mundo a su final. El tiempo, como oportunidad y circunstancia y como materia prima de la que están hechos los acontecimientos buenos y malos de la historia, no será más. El miedo, nacido en Edén, acompañando a la humanidad desde entonces, no será más porque “la calamidad no se repetirá” (Nah. 1:9, NVI). El mal, causado por la rebeldía contra las santas leyes de Dios, con sus funestas consecuencias de dolor y sufrimiento, dejará de existir.
Otros textos apocalípticos del profeta Isaías subrayan el gozo perpetuo y la alegría como actitudes positivas que existirán en los nuevos cielos y la nueva tierra en lugar del miedo, la tristeza o el gemido hoy prevalecientes en el mundo: “Alégrense más bien, y regocíjense por siempre, por lo que estoy a punto de crear: Estoy por crear una Jerusalén feliz, un pueblo lleno de alegría. Me regocijaré por Jerusalén y me alegraré en mi pueblo; no volverán a oírse en ella voces de llanto ni gritos de clamor” (65:18, 19, NVI); “Y volverán los rescatados por el Señor, y entrarán en Sión con cantos de alegría, coronados de una alegría eterna. Los alcanzarán la alegría y el regocijo, y se alejarán la tristeza y el gemido” (35:10, NVI).
El apóstol Pablo dice: “Tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (Rom. 8:18), y unos versículos después: “Porque en esperanza fuimos salvos” (vers. 24). En efecto, las circunstancias dolorosas del tiempo en que vivimos nos van acercando vertiginosamente a su final; son advertencias apremiantes del cielo para que fortalezcamos y reavivemos nuestra esperanza. El tiempo es corto y, muy pronto, llegará el fin de todos los llantos, clamores y dolores del presente, vivamos esta magnífica esperanza que es prenda de la salvación.
Hoy es un día para experimentar los goces anticipados del cielo. ¡Hay un Dios en los cielos!