«Haya,
pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús: Él, siendo en
forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino
que se despojó a sí mismo, tomó la forma de siervo y se hizo semejante a los
hombres. Más aún, hallándose en 1a condición de hombre, se humilló a sí mismo,
haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz». (Filipenses 2:5-8)
Cuando
la lengua española estaba en sus albores, allá por los siglos X y XI, autores
anónimos se inspiraron en los relatos de la Navidad o de la Pasión del Señor
para crear las primeras formas del teatro. Los actos se representaban en las
iglesias por varones que interpretaban tanto los papeles de hombres como de
mujeres. La pieza más antigua de la literatura dramática española es
precisamente un fragmento del relato de la Navidad titulado El auto de los
Reyes Magos, encontrado en la sacristía de la catedral de Toledo a finales del
siglo XII.
Los
relatos de la Natividad tienen un valor asombroso, indiscutible, por la caracterización
bien definida de sus personajes, por la plasticidad de sus escenas y por el
argumento. Cada personaje actúa interpretando su papel ante el Niño Jesús, el
personaje central de la escena. Y todos los protagonistas y todas las escenas
están cargados de un profundo significado ético, espiritual y teológico.
Pero, ¿cuál es el argumento del auto de la
Natividad? Se entiende por argumento el mensaje lanzado por los personajes de
la función, la enseñanza didáctica, moral o espiritual que podemos sacar de
ella. El apóstol Pablo nos revela que el principal argumento, la lección
sublime de la Navidad es la renuncia, el anonadamiento o kenosis del
Hijo de Dios. Pues bien, como en un gran escenario, cada personaje de las
historias de la Navidad va a interpretar su papel, emulando o contradiciendo el
renunciamiento ejemplar del Niño Jesús acostadito en el pesebre del estable
donde nació.
Pero
hay más, la renuncia es la clave del verdadero discipulado con Cristo y los
creyentes de todos los tiempos debiéramos contemplar el relato del nacimiento
de Jesús con espíritu de humildad y admiración: «Nos asombra el sacrificio
realizado por el Salvador al trocar el trono del cielo por el pesebre, y la
compañía de los ángeles que lo adoraban por las bestias del establo. La presunción
y el orgullo humanos quedan reprendidos en su presencia» (El Deseado de todas
las gentes, pág. 32). Por eso, el texto litúrgico del apóstol Pablo a los
Filipenses comienza con la admonición: «Haya, pues, en vosotros este sentir que
hubo también en Cristo Jesús».
Que
este día haya en ti el deseo de servir al ciclo.