Nuestros afectos mutuos surgen de una común relación con Dios. Somos una familia y nos amamos los unos a los otros como él nos amó. Cuando se compara este afecto verdadero, santificado y disciplinado, con la cortesía ampulosa del mundo, las expresiones carentes de significado de la amistad efusiva son como paja de la era.
Amar como Cristo amó significa manifestar abnegación en todo momento y lugar, mediante palabras amantes y un continente agradable... El amor genuino es un precioso atributo que se origina en el cielo, cuya fragancia crece en proporción a la forma en que se lo dispensa los demás...
El amor de Cristo es profundo y ferviente y fluye como una corriente irresistible para todos los que lo aceptan. No hay egoísmo en su amor. Si este amor de origen celestial es un principio que mora en el corazón se manifestará, no sólo a aquellos que amamos más dentro de un relación sagrada, sino a todos con los que entramos en contacto. Nos guiará a otorgar pequeños actos de atención, a hacer concesiones, ejercer acciones bondadosas, a hablar palabras tiernas, verdaderas animadoras. Nos conducirá a simpatizar con aquellos cuyos corazones tienen sed de simpatía.