Pero yo os digo: “Amad a vuestros enemigos… y orad por los que os persiguen ”. Mateo 5:44
El petirrojo no previo la calamidad que se le venía encima. Las alas largas del halcón batieron ferozmente. Sus garras afiladas nunca soltaron su presa. Fue un espectáculo triste. Los halcones son aves preparadas para perseguir. Capturan a su presa en pleno vuelo y, con un simple golpe, hacen que su víctima se desequilibre. La matan con eficiencia, picoteándole el cuello y separando la cabeza del cuerpo. Este halcón, al final, limpió su pico ensangrentado en la corteza del tronco donde había vapuleado a su víctima, y desapareció en un vuelo triunfal.
¿Conoces a alguien que en su trato despiadado te recuerda al halcón de mi historia? Pienso en los petirrojos de la tierra; aquellos que sufren bajo estructuras sociales injustas y bajo el abuso de los poderosos. Pienso en los millones de niños profanados y descuidados. En el cúmulo de mujeres víctimas del maltrato, y en los hombres acorralados por el despotismo. Pienso en las víctimas del abuso, emocional, intelectual, sexual, cultural y de poder. Pienso en vidas amenazadas, derechos pisoteados y reclamos inútiles. El halcón acribilla al pajarito.
Cuán difícil es amar a nuestros enemigos.
Quizá, tal como me sucede a mí, te sientes tentada a imitar las oraciones vengativas del rey David. “Levántate, Jehová; sálvame, Dios mío; porque tú heriste a todos mis enemigos en la mejilla; los dientes de los perversos quebrantaste” (Sal. 3:7). Pero nuestro Salvador, que es nuestro ejemplo supremo, nos insta a recurrir a vías más humanitarias.
“Oísteis que fúe dicho: ‘Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo’. Pero yo os digo: ‘Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos’” (Mat. 5:43-45).
La venganza no es asunto nuestro. Dios nos pide que sigamos el bien y permitamos que sea él quien se encargue de lidiar con esos halcones que mortifican nuestra existencia.