Dios es santo
Habló Jehová a Moisés, diciendo: Habla a toda la congregación de los hijos de Israel, y diles: Santos seréis, porque santo soy yo Jehová vuestro Dios. Levítico 19:1, 2.
Hoy en día, hay una tendencia a simplificar la definición de lo santo, a caer en el reduccionismo de limitar su significado a lo “apartado”, o “consagrado”; a vaciar de contenido moral el concepto de la santidad. Y, si bien es cierto estos conceptos son correctos, la santidad, y mucho menos la de Dios, no se agota en esta definición. Es muy frecuente en la Biblia que, cuando aparece la palabra “santo”, para referirse a Dios e incluso al hombre, el concepto esté asociado con el bien, la bondad, la rectitud, la justicia, la pureza moral.
El texto de reflexión para hoy es la introducción a una serie de mandatos morales que Dios transmitió al pueblo de Israel (ver Lev. 19:1-37).
Lo notable es que, antes de enunciar estos altos ideales y mandatos morales, Dios pone como fundamento de ellos su propia santidad: “Santos seréis, porque santo soy yo Jehová vuestro Dios”. Es decir, su santidad tiene un carácter marcadamente moral, y es la norma por la cual sus hijos deben regular su conducta.
De igual manera sucede en el Nuevo Testamento: “Como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia; sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo” (1 Ped. 1:14-16). Fíjate que la santidad está relacionada con la “manera de vivir”, y no es un concepto abstracto o un simplemente estar apartado.
Querido joven: estás relacionado con un Dios santo; un Dios puro, noble, bueno, íntegro y lleno de amor. Por eso, él no puede ver el mal, el odio, el egoísmo, sin sentir un profundo dolor y rechazo interior. Su santidad es la bondad y el amor elevados a la enésima potencia. De allí que puedes estar seguro de que todas sus intenciones para tu vida están llenas de benignidad, rectitud y amor. Y lo más maravilloso es que te invita a la posibilidad de participar de esta santidad, para que, en un proceso paulatino, por la presencia de su Espíritu Santo en ti, puedas ir transformándote cada vez más a la semejanza de su carácter santo.