A veces hay que cortar
Mi Padre es el labrador. Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto. Juan 15:1, 2.
Después de una corta pero intensa ráfaga de viento estival, una de mis rosas favoritas, una hermosa y prolifera trepadora de exquisitas flores blancas, quedó muy maltratada. Algunos gajos se quebraron y las ramas cargadas de rosas que conformaban la hermosa cortina natural sobre una de nuestras ventanas perdieron su vitalidad.
Tuve que podarla a ras de tierra. Mi esposo y mi hijo se alarmaron con lo que pareció una drástica decisión. Les costaba creer que yo hubiese aniquilado la rosa más hermosa del jardín tan arbitrariamente. Pero la mutilación había sido necesaria.
Muchas de las enfermedades de las plantas se propagan a través de heridas y cortaduras que debilitan ramas y troncos. Gajos tronchados o mal podados son casi siempre el principal acceso de virus y enfermedades.
Muchas veces es necesario cortar aquel tallo cargado de preciosos botones de rosas que fue herido o partido bajo la presión del agua o el peso de sus capullos. Aunque al jardinero le duela hacerlo, es necesario. Con ello no solo estará evitando enfermedades que podrían acortar la vida de la planta, también estará prolongándole la vida. Esta mutilación es beneficiosa, pues de la misma rama que fue cortada pronto brotará una nueva rama saludable y vigorosa.
A veces cuando sufrimos pareciera que Dios no escucha. Oramos, y más pruebas se agregan a nuestra cuota ya repleta de dolores. Nos desanimamos, y nos preguntamos por qué Dios nos abate con su poda.
La prueba es necesaria en la rehabilitación del espíritu. Así como el jardinero hace pasar su planta más preciada por sus tijeras salvadoras, los hijos de Dios hemos de ser probados bajo el cuidado de Jesús. “Para que seamos perfectos y cabales, sin que nos falte cosa alguna” (Sant. 1:2-4).
Si estás siendo probada, no te desanimes. Deposita todas tus cargas y pesares en Aquel que otorga descanso al alma fatigada y perturbada.
Ya sea que sufras o que rías, ya sea que te encuentres en la cúspide más alta o el abismo más hondo, que todo ello te acerque más a Jesús, tu amante Salvador.