La culpa universal
Y oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba en el huerto, al aire del día; y el hombre y la mujer se escondieron de la presencia de Jehová Dios entre los árboles del huerto. Mas Jehová Dios llamó al hombre y le dijo: ¿Dónde estás tú? Y el hombre respondió: Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo, porque estaba desnudo; y me escondí. Y Dios le dijo: ¿Quién te enseñó que estabas desnudo? Génesis 3:8-11.
Cuando cometemos un acto malo, no solo es inevitable sino también deseable que nos sintamos culpables; porque, de lo contrario, seríamos como los psicópatas, esos enfermos mentales que pueden cometer los peores crímenes, robos, torturas, asesinatos, o daño físico o moral al prójimo sin sentir la mínima molestia emocional.
Pero, más allá de los malos actos específicos que hayamos cometido, hay un sentimiento inconsciente o subconsciente de lo falible, errático y aun malvado de nuestra condición humana, por lo cual es inevitable que sintamos lo que yo llamaría una “culpa universal”.
Es notable que el relato bíblico nos dice que la primera reacción del hombre, luego de caer en pecado, fue esconderse de la presencia de Dios y que, cuando Dios, tiernamente, lo buscó (“oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba al aire del día” ([Gén. 3:8]), el hombre le contestó: “Tuve miedo, porque estaba desnudo, y me escondí”. Adán y Eva se sentían desnudos, pero no solo ni principalmente en sentido físico, sino sobre todo en sentido moral y psicológico. Es la sensación de nuestra desnudez moral, de nuestra falta, de nuestras limitaciones morales; de la diferencia entre la santidad de Dios (su infinita pureza y bondad), y nuestra condición caída y perversa.
Y, más notable aún es que NO FUE DIOS quien llenó al hombre de culpas, sino que fue una reacción del hombre mismo a partir de su cambio de condición moral: “¿Quién te enseñó que estabas desnudo?” Hoy también, con ternura, Dios te llama y te dice: “¿Dónde estás tú? ¿Cuál es tu condición moral? ¿Dónde estás parado frente a la existencia, frente al bien y el mal, frente a mí?” No huyas de Dios. Acércate a él, quien comprende tu condición, sabe tus limitaciones y conoce las circunstancias de tu vida. Él te ofrece su perdón y su amor, y anhela tomarte de la mano para que puedas enmendarte.